La obra de Daniel Argimon, de extraordinaria riqueza y variedad, muestra gran unidad y coherencia en sus diferentes etapas. El artista está considerado como uno de los principales representantes del informalismo catalán, aunque su ansia continua por innovar con materiales y técnicas originales, su búsqueda y experimentación constante con la materia y el fuego, y la incorporación, mediante el collage, de objetos y elementos del entorno, le llevará a integrar en su obra elementos distintivos de los nuevos lenguajes del Pop Art americano y del Nuevo Realismo francés. Su trabajo, con un marcado carácter personal, se caracteriza esencialmente por el uso del collage y del fuego que, en definitiva, da sentido a la mayoría de sus obras, sean de la época que sean.

La consolidación de su obra se produce en su etapa informalista que se inicia a finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta, cuando empieza a trabajar con mucho interés la materia pictórica, añadiendo elementos que ofrecen corporeidad y densidad a la misma, con la superposición de talco, yeso, polvo de mármol y látex. Estas obras presentan gruesas texturas y densos cúmulos de materia en composiciones simplificadas y prácticamente monocromas. Con ellas Argimon pretende, como él mismo decía, “conseguir una pintura tan gris como la existencia”, en consonancia con el ambiente árido y estéril de la España de posguerra.

Sin embargo, ya en los primeros años de la década de los sesenta, el pintor comienza a incorporar en sus obras elementos de la realidad mediante el collage, innovación que lo aparta, en cierta manera, de la ortodoxia abstracta informalista. Argimon integra a su pintura papeles y periódicos arrugados y quemados, utilizándolos como un material expresivo más, como lo hace con el látex, el talco, el yeso… En otras ocasiones, Argimon realiza una serie de obras empleando objetos de su entorno (puertas, persianas, troqueles…), que descontextualiza y somete a manipulaciones con manchas de pintura, agresiones y procesos destructivos mediante la acción del fuego, otro de los elementos característicos y constantes en su obra. La miseria del objeto maltratado por el paso del tiempo y deteriorado por el uso refleja la angustia vital del autor.

Pronto, los collages del artista adquieren una nueva orientación y los elementos incorporados, con claras evidencias figurativas, confieren un significado inédito a las obras. En ellas se reflejan manifiestas referencias temáticas, centradas básicamente en la problemática sociopolítica y el mundo del erotismo.

Así pues, y sin abandonar la estética informalista, entre 1963 y 1967, Argimon añade a sus collages, fotografías, encajes y otros elementos que nos remiten al lenguaje del Nuevo realismo francés y del Pop Art americano. El artista crea unas obras sumamente personales, en las que imágenes de personajes de radical connotación política, páginas de periódicos, fotografías de modelos o también piezas textiles se integran en las superficies plenamente informales donde la pintura se superpone a los elementos pegados con chorreados y manchas que se reparten con intensidad por toda la superficie de los cuadros.

Esta línea de trabajo que empieza a desplegar a través de sus collages lo sitúa en la panorámica de la plástica española como una destacada figura puente entre el informalismo y los lenguajes vinculados a los nuevos realismos. Con Argimon nos encontramos ante un artista cuya obra se presenta en constante oscilación entre estos nuevos lenguajes, integrados en su obra a través del collage, y la concepción informalista.

Formas libres, 1973, serigrafía (76,2 x 56,1)

En 1969, a su regreso de Estados Unidos, el artista entra en la etapa más diferenciada en su lenguaje. Próximo a la figuración mediante la simplificación y el abandono de las calidades matéricas pretende transmitir un mensaje más directo, siguiendo en su lucha crítica y comprometida de denuncia social. Serán siete años en los que la influencia del Pop Art americano es notoria en la utilización del color y el tratamiento plástico de los temas. Incide en una pintura plana con acrílicos, se abre al color con unas figuras y siluetas bien definidas y recortadas del fondo: enormes botas destructoras, personajes con los brazos alzados, fusiles amenazadores, palomas, elementos de la naturaleza o símbolos sexuales que plantean reivindicaciones de forma muy explícita.

Dentro de este lenguaje, Argimon realiza un mural de grandes dimensiones en un edificio de Moratalaz, cerca de Madrid, construido por los arquitectos Peter Hodkinson y Ricardo Bofill (1970).

Esta etapa, de influencia figurativa, se cierra en 1977 con la serie Eines (Herramientas), donde la incorporación de la realidad proviene de los utensilios de trabajo del propio artista. Las herramientas pintadas en sus obras (martillos, sierras, tijeras, tenazas…) toman protagonismo, pero su planteamiento es muy diferente del que se había observado hasta entonces, principalmente porque el artista se aleja de los colores planos y vivos, y las texturas vuelven a desempeñar un papel primordial en sus pinturas, con la reaparición de los tratamientos informalistas de los fondos. En esta serie encontramos una total simbiosis y una complementariedad entre los distintos lenguajes del momento, tan características en la obra de Argimon.

Superado este periodo neofigurativo, en 1978, Argimon crea una colección de obras objetuales muy próximas a los planteamientos del Nuevo realismo, inaugurando una nueva etapa en su trayectoria. El artista vuelve a incorporar elementos del entorno (botellas de plástico, periódicos, cerillas, cartones, escobas, restos de carbón, trozos de telas, alambres, cristales rotos…) y cualquier objeto de la vida cotidiana y de desecho pasa a ser el protagonista de sus obras. En ellas, presenta estos elementos de la realidad mayoritariamente transformados, metamorfoseados de nuevo por el fuego, que vuelve a utilizar otra vez y que, a partir de este momento, estará muy presente en sus trabajos.

Caja espejo roto, 1978 (39 x 42,5 x 7)

Este corto período, de tan solo un año, supone una auténtica tabula rasa para Argimon, en la medida en que le ayuda a reflexionar sobre su propia evolución artística y a iniciar una nueva etapa que representará la consolidación de un lenguaje que había desarrollado con éxito en su periodo informalista, sin abandonar la experimentación y la innovación.

El pintor entra entonces en una fase en la que cierra la época de lucha, de contestación social, e inicia un momento de repliegue interior, de introspección, de profundización en el acto de pintar. Lo esencial ya no es el tema, ni la referencia a la realidad, sino la experiencia cromática, el reencuentro con la materia unida a las calidades obtenidas por medio del fuego sobre el papel.

En los años ochenta es cuando el artista utiliza de forma más sistemática la acción del fuego para sus realizaciones, pero no lo hace por su efecto agresor y destructivo, característico de algunas épocas anteriores, sino como una herramienta de trabajo, como un instrumento más de creación y construcción de sus obras, demostrando un perfecto dominio de la técnica del quemado del papel. Las composiciones de esta primera mitad de los ochenta se estructuran, desprovistas de rigidez, en esquemas y figuras geométricas.

La obra de este período se caracteriza, además, por una apertura al color: ocres amarillentos, rojos muy vivos, verdes turquesa y diversas tonalidades de azul se combinan entre sí como nunca había sucedido previamente. Al mismo tiempo, el pintor experimenta el reencuentro con la materia y el collage.

Durante casi tres años, de 1985 a 1987, Argimon utiliza el papier maché para incorporar densas zonas matéricas sobre fondos con chorreados y salpicaduras de pintura.

La obra de su última época, desde mediados de los ochenta hasta su fallecimiento, muestra una gran madurez y plenitud. En cierta manera parece resumir y sintetizar las diferentes etapas de su trayectoria artística con una reflexión personal sobre su proceso creativo y de trabajo. Como característica fundamental sigue evidenciando una especial inclinación por el collage de materiales heterogéneos integrados en un universo matérico que entronca claramente con los inicios de su quehacer creativo.

Dos pájaros blancos, aguafuerte, 1974 (177,8 x 127)

Es necesario mencionar también el interés de Argimon por otras disciplinas artísticas: la obra gráfica y el cine. Su dedicación a la estampación artística, en la que consiguió obras de gran calidad, es una constante en su trayectoria desde que en 1960 realizara su primera litografía. Argimon cultivó, particularmente, la técnica de la litografía en piedra y del aguafuerte, realizando casi siempre tirajes muy reducidos. El inventario completo y preciso de su obra gráfica se encuentra en los catálogos de las exposiciones celebradas en la galería Franz Spiegel Buch de Ulm (1988) y en el Museo Nacional de la Estampa de México D.F (1991).

Puesto que Argimon trabajó de forma global, todos los planteamientos y las aportaciones que va desarrollando en cada momento de su trayectoria se reflejan en cada una de las artes que cultiva.